Utopía en el silencio

Llegar, dejar el bolso, quitarse los zapatos, la blusa, el pantalón y el tedioso ajustador. Dejarlo ahí, dejarlo todo en el lugar donde mi ropa le hace el amor al piso. Ir a la cama, tirarse, no acostarse, tirarse de un golpe y dejarse caer, dejarse.

Dejarse a merced del tiempo, de la poca briza que corre por la ventana, porque acaban de secuestrar la luz y piden rezos y dioses posesivos para el rescate. Sentir los muelles, sentirlos en mis costillas, ellos tan curiosos, como asoman su cabeza para observar el mundo…me recuerdan a mí, a veces tan fuera de lugar. Oler la sábana con cada respiro, oler el perfume de mi último inquilino, ese  a quien le hago el amor y le digo te quiero, porque en estos días decir “Te amo” es un disparate.

Escuchar la perfección del silencio, de la ausencia de personas a mí alrededor, de la ausencia de música maltrecha. Despertar y permanecer toda la noche en silencio, dejar a mis oídos relajarse incluso de mi voz. Hacer, con lo poco que me queda de tiempo algo de vida. Algo de vida en un sorbo de café, en una calada clandestina de cigarro, en el viaje interminable de las hormigas de mi cocina. Hallo tiempo para mí, para escuchar mi respiración, pasarme la mano y darme un abrazo de los que aprietan. Un abrazo de los que cobijan el alma, de los que te aceptan con ojeras, granos de una vez al mes,berrinches espontáneos, deseos ahogados de gritar que hacen las maletas y se largan con la primera canción que se encuentran, solo para disimular.

Pero llega una vez más el silencio, el no hablar si quiera, sentir la sed de palabras y aun así, permanecer quietos, cual vigilantes nocturnos de lo que acontece a nuestro alrededor, y sin embargo, nuestra isla en el mar perdido de los deseos, llena de conexiones a otros mundos, otros tiempos, recuerdos,  ocurrencias sin fin, no para de clamar, y clama, ante el silencio, una realidad soñada.

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